CULTURA

Cuando la madre de Evita, junto a sus hijos, decidió ir a Junín en busca de mejor suerte Evita todavía iba a la primaria…

Desde Los Toldos, pueblito calmo, llegó a esta escuela imponente, inmensa. Símbolo de autoridad, de preceptos indiscutibles, de sociedad “respetable”. Escuela pública al fin, instituía desde lo simbólico.

También yo llegué un día hasta ahí. Miŕandola sentí en mi corazón un dolor solidario: ¿cómo habrá sido el primer día de Evita niña allí, cómo habrán sido los cada día de Evita alli?
Ella, que reunía en sí lo no deseado. Pobre, no reconocida legitimamente por un padre, atrasada en su trayecto escolar, con varios hermanos. Una hija de los pobres entrando a este lugar donde se legitimaba la diferencia, donde las miserias quedaban más expuestas (no sé si han notado que los zapatos gastados se vuelven vergüenzas cuando los pisos brillantes los delatan)
¿Cuánto de lo vivido allí en su infancia se habrá vuelto fuerza y convencimiento para las batallas que habría de dar?

Por eso, esa noche en Junín, compré a un viejito una rosa y, con la complicidad de las sombras, te la dejé en la puerta, querida compañera.
Una caricia a destiempo, lo sé.

Quizás guardo, Evita de mi corazón, la ilusión de construir gestos colectivos amorosos que preserven a tantos hermanos de enfrentar el imponente frío de una sociedad que no los tiene en cuenta.

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