Factores protectores de la salud mental
Cuando desde “lazos en red”, la red de voluntarios para la prevención del suicidio de Concordia, trabajamos con docentes de nivel medio, la promoción de los factores protectores de la salud mental y de las conductas autodestructivas, suelen consultarnos qué actividades, talleres o dispositivos especiales de prevención pueden realizar con los chicos, les aclaramos que, es en el trato, en el vínculo cotidiano con el alumno y su familia, que pueden contribuir a la construcción de aquellos rasgos, hábitos y disposiciones de su personalidad que les permitirá afrontar, con mayores fortalezas, los traumas, los duelos y las circunstancias críticas que inevitablemente transitarán en la aventura de vivir.
A esos aprendizajes, en el desarrollo de la personalidad, que ayudan a disminuir los riesgos en la salud mental y en las conductas de autoeliminación, les llamamos, precisamente, factores protectores. Ellos pueden edificarse desde que el niño nace, desde que es alojado en el deseo y el amor de los padres, sin embargo, nosotros enfatizamos nuestro trabajo con los docentes del secundario, porque las estadísticas marcan que, entre los 15 y los 24 años, el suicidio constituye la segunda causa de muerte, en nuestro país. De ese modo, la escuela se convierte en un espacio estratégico de prevención.
Así acentuamos algunos ítems importantes, tales como: favorecer la comunicación y las buenas relaciones familiares, estimular la integración social (en deportes, clubes, asociaciones sociales etc.), facilitar la incorporación de habilidades sociales para resolver problemas y la integración grupal, y en los grupos el desarrollo de actitudes solidarias, promover la tolerancia a la frustración como una parte esencial de los aprendizajes, educar en la elaboración de las emociones e impulsos, enseñar el buen aprovechamiento del tiempo libre y evitar el consumo de alcohol o drogas como evasión de los problemas, y enfatizamos, especialmente, en la educación para la expresión de las emociones, sentimientos y pensamientos y en la enseñanza de la actitud y la conducta de pedir ayuda ante situaciones difíciles.
Aclaramos la importancia que en general tiene esta formación, “sobre todo en los varones”. Lo subrayamos por dos razones: en primer lugar porque de cada suicidio de una mujer, se produce estimativamente cuatro de varones, y porque una de las complejas causas de éste fenómeno, puede relacionarse con la forma que, la construcción social de la masculinidad, adopta dentro de la cultura del machismo y el patriarcado. Esta se delinea por mandatos culturales que definen sus rasgos: los hombres “no lloran”, deben ser fuertes, rudos, competitivos, agresivos y arreglárselas solos, sin pedir ayuda cuando enfrentan los escollos y los obstáculos de la vida.
Esta cultura no solo cercena el desarrollo de la sensibilidad, sino que limita su capacidad para requerir y solicitar asistencia, amparo y socorro, ante las situaciones críticas, como la pérdida de una relación amorosa, un trabajo o una frustración personal, una baja nota, repetir de años etc., actitud fundamental en la dirección del proceso. Incentivamos a los docentes a cuestionar y ayudar a hacerlo con sus alumnos, ésta construcción social, porque es decisiva además, en la determinación de otras problemáticas, como la violencia de género, los noviazgos violentos en particular, y las conductas disruptivas en general.
Nos reservamos un tiempo en el taller, para reflexionar acerca del lugar de la escuela, en la incidencia de la promoción de las conductas competitivas sobre la subjetividad, la de la bandera, la de reinas y reyes, la de torneos intercolegiales, olimpíadas matemáticas, de las mejores notas y hasta las de la elección de alumnos solidarios, resultan paradójicamente, de un concurso en el que hay un solo lugar para un ganador y su incidencia decisiva sobre los lazos interpersonales. Proponemos pensar cuanto mejoraría el desarrollo de las cualidades personales y sociales, que la escuela estimule fuertemente políticas de amistad, que incentiven, por el contrario, el amor, la ternura, la empatía, comportamientos solidarios y de cooperación.
En el desarrollo de estas contribuciones de la escuela en la construcción de factores protectores de las conductas autodestructivas, puntuamos, especialmente, el ayudar a construir confianza en sí mismos, destacando sus logros, recogiendo experiencias de los errores, no humillarlos ni crearles sentimientos de inseguridad. Es importante que, mediante estas actitudes, el docente favorezca el desarrollo de una buena autoimagen y autoestima en el estudiante. Muchas veces encontramos en la escuela la naturalización de la acentuación de sus aspectos negativos. “sos un desastre”, “así nunca vas a aprender matemáticas”, “deberías volver a primer grado”, “no vayas a estudiar tal carrera porque vas a fracasar”, “tenés un uno, no sabes nada”, son algunas de sus formulaciones. Los chicos van asimilando la representación de sí mismos a estas devoluciones, a veces sienten que una nota o un rendimiento los define como personas. En oportunidades, escuchan en silencio estas amonestaciones, que calan hondo en su amor propio, por miedo a que “lo agarren entre ojos”, como se dice en la jerga escolar. Para deconstruir esta especie de hábito que lastima la autoestima de los chicos, solemos recurrir a un maravilloso cuento de Carlos Joaquín Durán, que se llama “Virtudes Choique”.
Así se llamaba una maestra que enseñaba en una escuela en medio de las montañas. Un día se le ocurrió enviar en el cuaderno de notificaciones, a sus 56 alumnos, que cada uno de ellos era “el mejor alumno”. Así, los padres de cada uno, sintieron el orgullo de ver de ese modo a su hijo. Sin embargo, Don Pantaleón Minoguille, el boticario, decidió hacer una fiesta para celebrar esta circunstancia. Invitó a todos los chicos y sus padres, y a la Señorita Virtudes, en primer lugar. En el medio del asado levantó la copa de vino para brindar por su hijo que había “honrado a su padre, a su apellido y a su país” con su logro. Nadie brindó, por el contrario, cada uno de los padres comenzó a protestar porque el mejor alumno, era el suyo. Acusaron a la maestra de mentirosa, de haber dicho a todos lo mismo, que cada uno de los chicos era el mejor del grado. Entonces Virtudes dice algo maravilloso: “yo no he mentido, he dicho la verdad que pocos ven y por eso no creen. Por ejemplo, cuando digo que Melchor es el mejor, no miento; Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela….y cuando digo que Apolinario es el mejor alumno, tampoco miento. Y Dios es testigo que, aunque es un poco desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea” y así lo fue haciendo con los 56 y agregó: “Soy la maestra, y debo construir el mundo con estos chicos, sus hijos. Entonces con qué levantaré la patria, con lo mejor o con lo peor?…poco a poco cada cual miró sus hijos con ojos nuevos, porque siempre habían visto principalmente los defectos y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor”. Este relato extraordinario nos permite pensar, cuan pocas veces rescatamos y devolvemos a nuestros hijos y alumnos sus logros y aspectos valiosos, cuan dispuestos estamos, por el contrario, a remarcar sus errores y equivocaciones, como fracasos. Es con esos materiales que los chicos van edificando sus sentimientos de autovaloración, tan decisivos en el desarrollo de la autoestima, la confianza y la seguridad en sí mismos. Termino estas ideas con el concepto de dos Maestros, dice Sigmund Freud: “La escuela ha de infundir a los jóvenes, el placer de vivir y ofrecerles apoyo y asidero en un período de su vida, en el cual, la condiciones de su desarrollo lo obligan a soltar los vínculos con el hogar paterno” y de Edgar Moren quien nos advierte que Padres y Maestros tenemos la enorme responsabilidad, de hacer probar a los chicos, “el gusto por vivir”.
Sergio Brodsky