INTERÉS GENERAL

Dinosaurios que siguen vivos en nuestros días: la ciencia explica cómo es posible

Las aves son descendientes de un tipo de dinosaurios carnívoros terrestres -terópodos- cuyo tamaño fue reduciéndose a lo largo de más de 50 millones de años. Estos dinosaurios desarrollaron plumas, brazos transversales y alas, lo cual les permitió subir a los árboles, volar o planear, una versatilidad evolutiva de enorme importancia. Además de la capacidad aerodinámica, las plumas conceden otras ventajas: la termorregulación –evita la pérdida del calor corporal- y una función comunicadora para la reproducción.

El tamaño de aquellos dinosaurios tuvo una ventaja evolutiva: ser más pequeños y ligeros permitió a los pájaros una oportunidad de desarrollo de la que no disfrutaron sus primos de mayor tamaño, permitiéndoles esquivar la extinción en masa. En este momento los parientes vivos más cercanos son los cocodrilos, con los cuales carecen de similitudes físicas.

Después de la extinción de los dinosaurios se produjo un «big bang» en la evolución de las aves que duró de 10 a 15 millones de años provocando la aparición de cuatro linajes que se expandieron de forma radical y dieron lugar a las 10.500 especies actuales.

Las gallinas y los avestruces se encuentran en el mismo árbol evolutivo que los terribles Tiranosaurios rex -los «reptiles tirano»-, estando más estrechamente emparentados con estas aves que con el lagarto o el cocodrilo. A esta conclusión se ha podido llegar tras analizar las secuencias de una proteína conseguida del colágeno del fémur de un fósil de este dinosaurio, que vivió hace 68 millones de años. Los restos del Tiranosaurio fueron descubiertos en el año 2003 en una zona entre los estados de Wyoming y Montana (Estados Unidos). No sólo las gallinas y los avestruces son primas lejanas del Tiranosaurio rex, también tienen un ancestro común con los caimanes.

Con la ayuda de otra proteína, en este caso una proteína que permite inhibir algunas moléculas genéticas que controlan el desarrollo anatómico, el científico Arhat Abzhanov consiguió alterar el desarrollo normal de algunos embriones de gallina, haciéndoles retroceder evolutivamente. El método era una suerte de máquina del tiempo molecular, capaz de dar marcha atrás en la evolución de las gallinas, pudiendo corroborar la hipótesis.

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